Hemos desarrollado el proyecto con entusiasmo y no hemos parado de aprender cosas desde hace ya 4 años. Son decenas las lecciones aprendidas y, a continuación, identificamos quizá las tres más importantes.
1. La participación no se improvisa. El discurso de la participación se ha ido consolidando durante los últimos años, aunque en su práctica se ha pecado de cierta frivolidad. La participación –y esta es una lección importante– es algo frágil, delicado y sensible. Exige planificación y ejecución profesional y de calidad. La participación sólo tiene futuro si lo hacemos bien, si mostramos sus resultados y si demostramos su utilidad. Lo contrario significa arriesgarse a que no solo la participación no resuelva los problemas planteados, sino que pueda hasta empeorarlos. En este sentido, el diseño de un marco de referencia de la actuación participativa se convierte en un elemento clave. Es necesario definir claramente donde se sitúan los límites del debate que se pretende iniciar, qué vamos a discutir y qué no (porqué hay impedimentos legales, técnicos, etc.), cuáles son las posiciones fuertes de la Administración y que políticas o medidas no se quieren dejar de impulsar. Solo así, hablando alto y claro, conseguiremos vencer la desconfianza que generan este tipo de iniciativas y evitaremos algo mucho más importante: la generación de falsas expectativas y frustraciones. La decisión final, no lo olvidemos, corresponde al gobierno y es este el que debe responder de sus actuaciones. Pero no lo va hacer como antaño, lo va hacer con las aportaciones de la ciudadanía (asumiendo parte o muchas de ellas, depende), justificando sus decisiones y rindiendo cuentas a la ciudadanía. Por ello es también un elemento esencial del éxito de la participación tener en cuenta una última etapa, que llamamos de retorno, dónde hay que explicar de forma comprensible, incluso gráfica, en qué medida asume el gobierno las aportaciones ciudadanas. Esta estrategia, a medio camino entre dos modelos falsamente enfrentados, la democracia directa y la representativa, permite avanzar en lo que constituye nuestro enfoque de referencia, la democracia deliberativa.
2. Las relaciones son la clave. En paralelo al rigor, hemos de saber que estamos hablando de algo que transforma la administración que conocemos, una administración dominada por la lógica del “cada uno a lo suyo”. También hemos hablado mucho de una administración o un gobierno relacional, pero sólo hemos aprendido que significaba al ponerlo en práctica.
3. También la administración puede cambiar. Aunque el proyecto es difícil, es posible. Las dificultades son enormes, pues chocan con inercias seculares, pero no es cierto que sean insuperables. Debemos, sin embargo, recuperar conceptos que algunos han pretendido expulsar de la administración: paciencia, convicción, confianza.
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